Cómo trabajar la empatía en los niños

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Empatía.

Una palabra que aparece en cualquier contexto dentro de la vida de nuestros hijos: en el cole, en casa, en el parque. Todos queremos tener unos hijos empáticos.

¿Pero, qué es la Empatía?

Para ser lo más aséptica posible me remito a la definición de la R.A.E.

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La capacidad de ponerse en el lugar del otro.

– Mamá, es que me he enfadado con Saulo, me he sentado en su sitio y seguía enfadado.
– No cariño, no es ese ponerse.
Y es que a mi hijo de 4 años le cuesta entender este concepto.

El proceso de desarrollo sigue, a grandes rasgos, estos hitos:

0-1 años. Nos relacionamos por instinto (ese bebé que llora y hace que los 14 restantes de la guarde comiencen la fiesta de las lágrimas sin pasarles absolutamente nada)
1-2 años. Comenzamos a diferenciarnos de los demás como individuos.
2-3 años. Comenzamos a comprender que los demás tienen sus propios sentimientos y comenzamos a comprenderlos como individuos.
6 años. Las emociones de los demás pueden ser puntuales porque tienen unas vivencias, una historia. Comenzamos a comprender y entender el comportamiento y los sentimientos de otros. A partir de esta edad, poco a poco van comprendiendo como son los demás y como se sienten, en un proceso continuo de interacción, imitación y observación.
10 años. Somos capaces de comprender a la perfección como se siente el otro, aunque el egocentrismo sigue presente. Es una comprensión más a nivel emocional que intelectual.
14 años. Esa capacidad de ponerse en el lugar del otro se hace extensiva a poder comprender y tratar de entender en qué estará pensando. Este momento del desarrollo crítico requiere de una gran atención al desarrollo de la autoestima y del autoconcepto personal.

La empatía forma parte del desarrollo emocional de una persona, desarrollo cuyas bases se conforman durante la infancia. En este punto necesitamos hablar de la famosa Inteligencia Emocional.

Durante los años 80 un señor, H. Gadner, fue el pionero en exponer que el ser humano contaba con diferentes tipos de inteligencias, lejos del concepto unidimensional que había imperado. Hablaba entonces de Inteligencia lógico-matemática, Inteligencia musical, Inteligencia visual, Inteligencia lingüística, Inteligencia físico- motora…e Inteligencia Emocional que abarcaba el conocimiento de uno mismo y el de los demás.
Unos años más tarde Daniel Golleman desarrollaba esa Inteligencia Emocional, y publicaba un estudio en el que arrojaba unos datos interesantes: las personas con una mejor calidad de vida eran aquellas que presentaban una mayor IE, mientras que aún presentando una gran capacidad intelectual, si su IE no se había desarrollado bien, no eran personas exitosas en su vida personal, o laboral. Aquí entra la empatía.

Y todo este maremágnum de inteligencias y emociones tienen una base neurológica incuestionable.
Los seres humanos contamos con una estructura cerebral en el neocórtex: los lóbulos frontales, última en madurar y que necesitan que el resto de estructuras cerebrales se hayan consolidado. Este proceso finaliza aproximadamente en la adolescencia. Aquí residen muchas funciones que son las que nos hacen ser realmente humanos y nos diferencian del resto de mamíferos, como la capacidad de tomar decisiones racionales, la planificación motora, la integración de la información que recibimos por las diferentes vías sensoriales…, además de la capacidad de filtrar lo que es adecuado o no, la resolución de problemas, y entre otros, la capacidad de tener empatía.

Es decir, que existe una relación entre nuestro cerebro emocional (sistema límbico) y los lóbulos frontales (personalidad) que se va a desarrollar durante toda la vida porque nunca dejamos de recibir información, pero que tiene su mayor influencia en la infancia y la adolescencia.

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Aquí la herencia genética cuenta, pero esa conexión es completamente susceptible de ser modificada y moldeada por las experiencias, por el entorno. A un desarrollo más óptimo, más adecuado, la información emocional que el sistema límbico envía será mejor procesada por los lóbulos frontales, y por tanto la respuesta más adecuada y adaptativa.

Es importante entender que el comportamiento viene regulado tanto a nivel fisiológico como ambiental y que las huellas de cómo son educados los pequeños se imprimen a nivel cerebral desde pequeñines. Por ejemplo, vemos a nuestro chiquitín intentar bajarse de un sofá sólo, damos un grito desgarrador y lo agarramos como si no hubiese mañana. El cerebro del niño va a enviar estímulos nerviosos al área encargada de las respuestas ante el peligro. Va a dar información al centro de interpretación del córtex de manera que si esta acción se vuelve a dar las veces necesarias, llegará a entender esa expresión facial, sonido desagradable, respuesta de protección… como algo que es peligroso y no va a volver a hacerlo. A lo mejor ese palmo de altura no le supone jugarse la vida y deberíamos haberle dado la oportunidad de experimentar con su motricidad. Sin embargo es posible que desarrolle una emoción entre el miedo y la precaución que le lleven a no querer volver a intentarlo, porque se han establecido conexiones neuronales entre ese estímulo que es bajarse del sofá y la respuesta del pánico de mamá.
¿Entendéis?

Nuestras acciones modifican la estructura cerebral del cerebro de nuestros hijos.

Al margen de la base fisiológica, y, aunque la escuela es también un elemento fundamental en el desarrollo de la empatía, será la familia el elemento clave. Es el lugar de desarrollo en los primeros momentos y los padres somos los principales protagonistas.
Es importante que nuestra presencia sea activa, no sólo física y que recordemos que somos los espejos donde los niños se reflejan.

Con toda probabilidad estamos trabajando la IE con nuestros peques de manera inconsciente, explicándoles qué son las emociones, identificándolas, infundiendo respeto, educación, tratando de generar un ambiente positivo, de refuerzo.

Como adultos debemos recordar que la empatía es fundamental en nuestra vida. La necesitamos para relacionarnos con los demás y disfrutar de esas relaciones. Es imprescindible para unas correctas habilidades sociales, para ser miembros parte de una comunidad. Para querer y ser queridos. Para entender lo que es la autoestima, fortalecerla, ser personas seguras, exitosas, para vivir una vida en plenitud y en sociedad. Es la manera de evitar personas agresivas, aisladas, frías.

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¿Y cómo podemos trabajar la Empatía con nuestros hijos?

– Trabajando la escucha y la atención. Aprendiendo a escuchar a los demás, respetar turnos de palabras…
– Identificar emociones mediante juegos, representaciones, libros, películas, dibujos…Según las edades encontraremos un montón de recursos de andar por casa para identificar emociones en la vida diaria.

Respecto a los cuentos, hay muchísimos que os pueden interesar. Yo, por poner un ejemplo, os recomendaría:

El monstruo de colores (Ed. Flamoyant),
Por cuatro esquinitas de nada (Ed. Juventud),
Emocionario (Palabras Aladas),
• o la colección “Emociones” (Salvatella)

Como películas:

Del revés
Wall-e
Monstruos S.A
Los mundos de Coraline
Home, etc…

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– Realizar juegos de roles en las que juguemos a ser los otros, en los que deban averiguar emociones según una situación…
– Predicar con el ejemplo, no sólo con la palabra. Cuidar las conversaciones de pareja, con otros adultos, con ellos mismos.
– Explicar adecuando la edad de los niños cuando no se ha obrado bien y porqué, moldeando la manera correcta
– Y, evidentemente, reforzando comportamientos adecuados y positivos.

Y, sobre todas las cosas, TRATARLOS CON EMPATÍA

Vanesa Pérez Padilla
www.ydeverdadtienestres.com


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2 Comentarios

  • Sonia Del Faces
    29/09/2016 1:28 pm

    Me ha encantado la serie de libros y pelis que recomiendas para trabajar la empatía. Creo que es algo que hay que ir fomentando desde bien peques, es una cualidad tan primordial! besitos!

    • Nessa
      29/09/2016 9:33 pm

      ¡Qué importante es ponerse en los zapatos de otro, ¿verdad?! Gracias x pasarte x el blog. Un besete

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